MALESTARES EN LA ESCUELA. LA PATOLOGIZACIÓN Y MEDICALIZACIÓN DE LOS ESCOLARES COMO ATAJO
“Se sustituyó el supuesto ‘no
aprende porque es inamduro o por falta de inteligencia’ por
‘no aprende porque es desatento y/o hiperactivo” (Dueñas, 2013)
La mirada docente
Este libro, llega a mis manos pocos meses antes terminar un nuevo ciclo lectivo. El título, llama la atención (nada más y nada menos): “Niños en peligro” y añade: “La escuela no es un hospital” Es curiosa la aclaración, pero no causal. Ni la

escuela es un hospital ni los docentes somos médicos, enfermeros o neurólogos. Sin embargo, algo vinculado al discurso de la Medicina o, específicamente, de la Psicología o Psquiatría se cuela dentro de las aulas.
“Ese chico parece loco”.
“Tu alumna tiene cara de autista”.
“La madre de la nena de Segundo no está bien de la cabeza. Me di cuenta en la reunión”
“El padre que tiene a los dos hijos en Cuarto está enfermo”
Frases como estas, suelen escucharse a diario dentro de escuelas que parecen haber quedado entrampadas en palabras que no le son propias.
El ADD/ADD-H es un claro caso testigo de medicalización de las infancias (Dueñas, 2013) Entiendo, que dadas las condiciones socio-históricas que lo sustentan, viene a operar como una especie de alarma, de denuncia por aquello que tradicionalmente se le demanda a los niños y niñas en edad escolar: que presten atención y que se queden quietitos en sus banco áulicos. La vida misma es dinamismo y el aparato psíquico, también. Sin embargo, en el momento vital donde este comienza a estructurarse, el sistema escolar le demanda que permanezca estático en una tensión atencional descontextualizada de las realidades infantiles actuales.
Muchos docentes, reproducen este mensaje con insistente empeño. Opera, aún, el paradigma de siglos pasados: esa imagen del maestro sobre una tarima y los escolares sentados en pupitres alineados escuchando atentamente la voz, muchas veces monocorde, de quien tenía absolutamente todo el saber. El maestro pedía y los alumnos daban.
Esa imagen, más o menos delineada, persiste y, frente al peligro de que se extinga para siempre, se la convoca al presente desde maneras sutiles a otras bien explícitas.
¿Al aula o al consultorio?
Luego del recreo, la clase se inicia. Es probable que el docente repita hasta en cansancio: “silencio, sentate, portate bien, ¿cuántas veces te dije que prestes atención?, no me estás entendiendo: quedate quieto, chicas dejen de charlar”…y tantas otras expresiones que ponen de manifiesto esa necesidad de orden. Cierto es que sin un mínimo de organización, es casi imposible comenzar a impartir la “lección del día”. Pero no menos cierto resulta, que los recursos más utilizados son, justamente, órdenes verbales que demandan un mismo accionar: “la atenta quietud”.
Contrariamente al deseo docente, el grupo “no para de moverse”, de interpelar, de cuestionar con actos. De alterar la planificación diaria, de desestructurar la clase y de contracturar al maestro/a.
Pero sucede, que en todo grupo siempre aparecen “los destacados”: los que más se mueven, los que menos hacen, los que más se resisten a obeceder consignas. Los deficitarios. Son esos niños que permanentemente exploran los espacios, corren dentro del aula, atienden a la demanda del docente por períodos de tiempo muy breves.
Muchos colegas, comienzan entonces (en ocasiones sugeridos por otros externos al grupo escolar de ese año) a manejar algunas variables, mayoritariamente vinculadas al orden de la patologización. Así (…) “el origen de la tendencia de los docentes a derivar a los alumnos a la consulta neurológica con el objeto de resolver con recursos médicos problemas típicamente escolares, como las dificultades para prestar atención en clase” (Dueñas, 2013) aparecería como un “atajo” frente a la posibilidades de comenzar un camino procesual junto al niño y su familia para abordar qué es lo que le está sucediendo. En definitiva, para descubrir hacia dónde dirige la atención ese escolar, en el momento preciso en que las actividades áulicas parecen no convocarlo.
Los que menos prestan atención
Los alumnos que menos prestan atención, forman parte de repetidas conversaciones entre docentes. Casi exclusivamente, se destaca en ellos ese aspecto y se les reclama con insistencia. No sólo que no prestan atención, sino que se advierte un “no querer hacerlo”.
De a poco, esto aumenta: ya no sólo que no está atento/a, sino que además, no copia, escribe esporádicamente, deambula por el aula molestando a sus compañeros. El resto de los docentes opina igual. Un “legajo verbal” comienza a escribirse en torno a ese niño. Que desde ya: “contagia” a muchos del grupo, perjudicándolos. En ocasiones, son las familias las que solicitan que se tomen medidas para que este niño deje de perturbar a sus hijos.
Está claro: es una molestia, es un generador de desórdenes. Se lo mira como quien está permanentemente llamando la atención que no presta.
Se escucha: “yo ya no sé qué hacer con él”, “no puedo estar sentada toda la clase al lado para que copie”
Estrategias diversas poco efectivas: que vaya a Dirección, a Sala de Maestros o que acerque el cuaderno de comunicaciones para que quede registrado que o realizó producción alguna en su cuaderno o carpeta.
Se va entretejiendo, en la subjetividad del docente, la idea de que “hay que hacer algo con este chico”. Y ese accionar mayoritariamente está dado desde el afuera. “El pedido viene determinado por la falta de atención y la hiperactividad. La cuestión del aprendizaje queda postergada y a veces no es siquiera nombrada por los derivadores o consultante, e incluso tampoco por el psicólogo, el psicopedagogo o el médico tratante” (Dueñas, 2013)
El niño paulatinamente “pierde” su nombre y pasa a recibir apodos nuevos, señalamientos alienantes: “el ADD”, “el hiperactivo”, “el que no hace nada”
Nuevas infancias, renovadas docencias
Eugenia Bianchi afirma que “sin embargo, la escuela no es un dispositivo homogéneo, caben en su seno multiplicidad de proyectos educativos, muchos de los cuales ofrecen importantes resistencias a los procesos de medicalización, o se articulan con ellos de modo complejo” (Bianchi, 2013)
¿Cuál podría llegar a ser la salida creativa de los docentes para no quedar entrampados en los discursos patologizadores y medicalizadores que circulan por los pasillos institucionales? Ante todo, repensar y redefinir la conciencia del rol en el tiempo histórico que nos toca vivir.
Es evidente que nuestra tarea se ha transformado sustancialmente en los últimos años. Muchas veces, observamos con “gafas antiguas” realidades actuales dinámicas, veloces y cambiantes. Comenzar a pensar sobre estas cuestiones históricas de cambios devenidos es un muy buen punto de partida.
Lograr reconocer que no tenemos todo el saber (abandonando la imagen del docente “conocelotodo”) y que probablemente, tengamos que reaprender cómo es la modalidad actual de comunicación de los niños; qué nos están relatando en cada acto, en cada dibujo, en cada silencio.
Sumarse a redes de comunicación entre profesionales de educación y salud, construir foros colectivos, espacios de intercambio donde compartir experiencias, investigaciones y propuestas para el aula. Existen y pueden ser creados.
Observar la propia mirada, escuchar las voces colegas y de otros profesionales. Evaluar cuáles son nuestros discursos. Quizás, en el intercambio con otros, logremos sorprendernos de acciones creativas positivas o de pensamientos que son necesarios rever.
Como sostiene Paulette Maudire: “La calidad de escucha de un adulto y la atencionalidad de su atención y de su reacción consolidan, o restablecen si es necesario, la confianza del niño en sí mismo y en la vida” (Maudire, 1988)
Creo que nos toca abandonar el escritorio, desempolvar viejos paradigmas instalados “en las paredes de las escuelas” y caminar el aula prestando atención a aquellos niños que nos la están convocando desde el entramado de una singularidad propia.
Ana Laura Villani.
Docente de Nivel Primario
Bibliografía
Dueñas, G (2013).
“Niños en peligro. La escuela no es un hospital”. Buenos Aires: Noveduc
Bianchi, E (2013). “Problemas e intervenciones en las aulas. La patologización de la infancia (III)”. Buenos Aires: Noveduc
Maudire, P (1988). “Los exilios de la infancia”. Barcelona: Paidotribo