Resulta interesante argumentar sobre el tema de las intervenciones
subjetivantes desde la clínica que ocurre
en cada lugar que se constituye en eslabón de nuestra Red Federal de Forums. Retomando conceptos que venimos trabajando, podemos ver como en cada espacio se juega esta tensa historia de la infancia mercantilizada y de niños objetivados que derivan en portadores de códigos. Por supuesto que las diferencias serán notables e importantes en cada lugar y región. Tomo el concepto de infancias que se desarrollan en diferentes regiones y en diferentes contextos socio culturales de nuestra Argentina y de nuestra Latinoamérica, y así se vuelve importante pensar en una subjetivación que también desarme la idea de globalización en el sentido uniformante del mercado.
Este planteo nos pone de lleno frente a la construcción del concepto
de infancia en el contexto histórico social de los tiempos presentes. Y la consideración de la
realidad que demuestra que los niños son también parte de un mercado que
objetiviza los consumidores y exige uniformidad para la colocación de sus
productos (sean juguetes o psicofármacos) produciendo grandes efectos provenientes
de las políticas de mercadeo que a esta altura utiliza cualquier recurso en
contra de las subjetividades en juego y a favor de las ganancias de las
empresas representadas.
Algunos casos se dan también en las políticas de beneficios sociales que también se ven arrasadas por estas globalizaciones desubjetivantes y terminan
clasificando la pobreza y confundiendo patología y vulnerabilidad social. Tal
fue durante años el sentido del certificado de discapacidad que era exigido en
el caso de niños con alguna problemática del área de la salud mental, para
poder acceder a prestaciones de salud y al beneficio social que palea la
pobreza familiar: me refiero a la pensión por discapacidad. Obligación que
exige a la familia, en muchas ocasiones, perder un miembro en el campo de los
trastornos (locura) en bien de ganar un subsidio que permita contar con
alimentos en su mesa.
Considerando las diferencias
Considerando las diferencias
Las infancias que trascurren en diferentes ámbitos comunitarios, en
sociedades con diferencias imposibles de globalizar, transitan por sucesos
humanos diferenciados, familiares, individuales y comunitarios que son parte de
los elementos en juego en los espacios de nuestras clínicas o en los espacios
escolares. Las -fantasías de resquebrajamiento del “hogar nido”[1]- no son
las mismas en las comunidades rurales que en las grandes ciudades (no estoy
diciendo con eso que no suceda, creer que se encuentra conservada otra forma
social en las pequeñas comunidades sería plantear una especie de salida del
tiempo en bien de no aceptar las transformaciones de la realidad). Tampoco es
el mismo estallido institucional escolar ni de los ámbitos de la salud.
Entonces, en bien de rescatar estas diferencias que nos constituyen
subjetivamente, nuestras intervenciones tienden a desarmar las lógicas que nos
uniformizan bajo etiquetas generales, devenidas de extrañas evaluaciones
estadísticas que ni siquiera son tales u otras etiquetas que catalogan la
marginalidad o la vulnerabilidad para devolverles socialmente algo de lo que
antaño se planteaba en el orden de la justicia social y que hoy debemos
redimensionar en términos de –derrame del excedente de las grandes ganancias- .
La clínica da cuenta constantemente de estas diferencias que insisten en cada
presentación de argumentos que resisten a intentos de someter la subjetividad
del niño a estereotipos de teorías no teoréticas.
Las prácticas, por ejemplo, que revolotean sobre la clínica desde
ámbitos burocráticos administrativos exigiendo la circulación de codificaciones
diagnósticas con la excusa del control de recursos de una obra social imponen
sobre los terapeutas la definición de diagnósticos urgentes que no se basarán
en fundamentos psicopatológicos. Estos diagnósticos, a los que solemos enfatizarles
su calidad de artificios denominándolos (provisorios), circulan violentando la
lógica del despliegue subjetivo en el tratamiento y devuelven sobre el niño
(desde multiples instancias: padres, familia, escuela, obra social, etc.) una
observación no autorizada: que no es parte del contrato transferencial.
Introduciendo elementos ficticios contra los que la subjetividad en mayor o
menor medida resiste. Quiero recordar un caso en el que un niño se violentaba
de forma extrema cuando la madre intentaba quedarse tiempo de su sesión
tratando de comentar cuestiones administrativas que incluso contenía
comentarios sobre el diagnóstico y certificado de discapacidad: a tal punto se
violentaba que tenía conductas agresivas que luego condicionaban el inicio de
su sesión y ocupaban una cantidad de tiempo inusual en el establecimiento de
las condiciones del juego. A lo largo del tiempo fue pudiendo maniobrar con
esto y finalmente él mismo derivaba su madre a la secretaria y rápidamente me
conducía al consultorio a dedicarse a lo suyo: preservaba el espacio de su
consulta de las intromisiones no autorizadas. Estas maniobras no siempre son
posibles y cuestan no poco tiempo de trabajo adicional.
Las comunidades instaladas en ciudades pequeñas, por ejemplo ligadas
al turismo o a la actividad del campo, o etc. generalmente tienen una
circulación por lugares no anónimos donde los profesionales son figuras
conocidas que refieren a prácticas que en algunos casos consolidan una
desubjetivización consensualmente avalada. Es frecuente encontrar la referencia
a quien instrumenta la medicalización como un arma ineludible y argumenta con
amenazas de diagnóstico (ese niño es negativista desafiante y ¿que vas a
esperar? ¿a que sea un psicópata? (sic)).
Oponer argumentos en esas situaciones implica una controversia cuerpo a
cuerpo que toma cauces inesperados en lo comunitario, en la transferencia y
obliga a posicionamientos indeseablemente ligados a la persona del profesional.
Puede hasta ocurrir que a un niño se le interrumpa abruptamente, violentamente,
el tratamiento por efecto de esas posiciones extremas, por indicación expresa
de un profesional ajeno a la transferencia, vulnerándose el derecho del niño
que se encuentra en un trabajo comprometido, en un espacio que ha elegido sostener.
Puede ocurrir que sus padres años después manifiesten no saber por qué razón se
interrumpió ese tratamiento que “iba tan bien”, y manifiesten que fue una
indicación de otro profesional con poder de receta.
Estos ejemplos nos permiten ver las diferencias que presentan las
prácticas que ocurren fuera de ciudades populosas. Las instituciones estalladas
cobran características diferentes y ciertos puntos de resistencia se establecen
brutalmente consolidados por la falta de alternativas provocando efectos desbastadores
en sujetos puntuales que sufren la violencia en carne propia.
La alternativa que se presenta es el trabajo en red, que exceda estas
luchas cuerpo a cuerpo y que exija la circulación de opiniones clínicas que
impulsen el debate y generalicen el efecto deseable de la ruptura de los
discursos monolíticos de instituciones que se encuentran hoy por hoy
estalladas: salud, educación, etc. Esta forma alternativa brindará sustento a
prácticas subjetivantes en la clínica y en la escuela.