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Editorial Agosto 2013

Prácticas e intervenciones subjetivantes: el trabajo en red
Resulta interesante argumentar sobre el tema de las intervenciones subjetivantes desde la clínica que ocurre

en cada lugar que se constituye en eslabón de nuestra Red Federal de Forums. Retomando conceptos que venimos trabajando, podemos ver como en cada espacio se juega esta tensa historia de la infancia mercantilizada y de niños objetivados que derivan en portadores de códigos. Por supuesto que las diferencias serán notables e importantes en cada lugar y región. Tomo el concepto de infancias que se desarrollan en diferentes regiones y en diferentes contextos socio culturales de nuestra Argentina y de nuestra Latinoamérica, y así se vuelve importante pensar en una subjetivación que también desarme la idea de globalización en el sentido uniformante del mercado.
Este planteo nos pone de lleno frente a la construcción del concepto de infancia en el contexto histórico social de los tiempos presentes. Y la consideración de la realidad que demuestra que los niños son también parte de un mercado que objetiviza los consumidores y exige uniformidad para la colocación de sus productos (sean juguetes o psicofármacos) produciendo grandes efectos provenientes de las políticas de mercadeo que a esta altura utiliza cualquier recurso en contra de las subjetividades en juego y a favor de las ganancias de las empresas representadas.
Algunos casos se dan también en las políticas de beneficios sociales que también se ven arrasadas por estas globalizaciones desubjetivantes y terminan clasificando la pobreza y confundiendo patología y vulnerabilidad social. Tal fue durante años el sentido del certificado de discapacidad que era exigido en el caso de niños con alguna problemática del área de la salud mental, para poder acceder a prestaciones de salud y al beneficio social que palea la pobreza familiar: me refiero a la pensión por discapacidad. Obligación que exige a la familia, en muchas ocasiones, perder un miembro en el campo de los trastornos (locura) en bien de ganar un subsidio que permita contar con alimentos en su mesa.

Considerando las diferencias
Las infancias que trascurren en diferentes ámbitos comunitarios, en sociedades con diferencias imposibles de globalizar, transitan por sucesos humanos diferenciados, familiares, individuales y comunitarios que son parte de los elementos en juego en los espacios de nuestras clínicas o en los espacios escolares. Las -fantasías de resquebrajamiento del “hogar nido”[1]- no son las mismas en las comunidades rurales que en las grandes ciudades (no estoy diciendo con eso que no suceda, creer que se encuentra conservada otra forma social en las pequeñas comunidades sería plantear una especie de salida del tiempo en bien de no aceptar las transformaciones de la realidad). Tampoco es el mismo estallido institucional escolar ni de los ámbitos de la salud.
Entonces, en bien de rescatar estas diferencias que nos constituyen subjetivamente, nuestras intervenciones tienden a desarmar las lógicas que nos uniformizan bajo etiquetas generales, devenidas de extrañas evaluaciones estadísticas que ni siquiera son tales u otras etiquetas que catalogan la marginalidad o la vulnerabilidad para devolverles socialmente algo de lo que antaño se planteaba en el orden de la justicia social y que hoy debemos redimensionar en términos de –derrame del excedente de las grandes ganancias- . La clínica da cuenta constantemente de estas diferencias que insisten en cada presentación de argumentos que resisten a intentos de someter la subjetividad del niño a estereotipos de teorías no teoréticas.
Las prácticas, por ejemplo, que revolotean sobre la clínica desde ámbitos burocráticos administrativos exigiendo la circulación de codificaciones diagnósticas con la excusa del control de recursos de una obra social imponen sobre los terapeutas la definición de diagnósticos urgentes que no se basarán en fundamentos psicopatológicos. Estos diagnósticos, a los que solemos enfatizarles su calidad de artificios denominándolos (provisorios), circulan violentando la lógica del despliegue subjetivo en el tratamiento y devuelven sobre el niño (desde multiples instancias: padres, familia, escuela, obra social, etc.) una observación no autorizada: que no es parte del contrato transferencial. Introduciendo elementos ficticios contra los que la subjetividad en mayor o menor medida resiste. Quiero recordar un caso en el que un niño se violentaba de forma extrema cuando la madre intentaba quedarse tiempo de su sesión tratando de comentar cuestiones administrativas que incluso contenía comentarios sobre el diagnóstico y certificado de discapacidad: a tal punto se violentaba que tenía conductas agresivas que luego condicionaban el inicio de su sesión y ocupaban una cantidad de tiempo inusual en el establecimiento de las condiciones del juego. A lo largo del tiempo fue pudiendo maniobrar con esto y finalmente él mismo derivaba su madre a la secretaria y rápidamente me conducía al consultorio a dedicarse a lo suyo: preservaba el espacio de su consulta de las intromisiones no autorizadas. Estas maniobras no siempre son posibles y cuestan no poco tiempo de trabajo adicional.
Las comunidades instaladas en ciudades pequeñas, por ejemplo ligadas al turismo o a la actividad del campo, o etc. generalmente tienen una circulación por lugares no anónimos donde los profesionales son figuras conocidas que refieren a prácticas que en algunos casos consolidan una desubjetivización consensualmente avalada. Es frecuente encontrar la referencia a quien instrumenta la medicalización como un arma ineludible y argumenta con amenazas de diagnóstico (ese niño es negativista desafiante y ¿que vas a esperar? ¿a que sea un psicópata? (sic)).   Oponer argumentos en esas situaciones implica una controversia cuerpo a cuerpo que toma cauces inesperados en lo comunitario, en la transferencia y obliga a posicionamientos indeseablemente ligados a la persona del profesional. Puede hasta ocurrir que a un niño se le interrumpa abruptamente, violentamente, el tratamiento por efecto de esas posiciones extremas, por indicación expresa de un profesional ajeno a la transferencia, vulnerándose el derecho del niño que se encuentra en un trabajo comprometido, en un espacio que ha elegido sostener. Puede ocurrir que sus padres años después manifiesten no saber por qué razón se interrumpió ese tratamiento que “iba tan bien”, y manifiesten que fue una indicación de otro profesional con poder de receta.
Estos ejemplos nos permiten ver las diferencias que presentan las prácticas que ocurren fuera de ciudades populosas. Las instituciones estalladas cobran características diferentes y ciertos puntos de resistencia se establecen brutalmente consolidados por la falta de alternativas provocando efectos desbastadores en sujetos puntuales que sufren la violencia en carne propia.
La alternativa que se presenta es el trabajo en red, que exceda estas luchas cuerpo a cuerpo y que exija la circulación de opiniones clínicas que impulsen el debate y generalicen el efecto deseable de la ruptura de los discursos monolíticos de instituciones que se encuentran hoy por hoy estalladas: salud, educación, etc. Esta forma alternativa brindará sustento a prácticas subjetivantes en la clínica y en la escuela.




[1] Parafraseo a Juan Vasen