La autora de este artículo, Gabriela Dueñas, es Doctora en Psicología, Licenciada en Educación, Psicopedagoga y Profesora Titular de la Cátedra de Psicología del Desarrollo II de la Facultad de Psicología y Psicopedagogía de la Universidad del Salvador (USAL).
El efecto Tribilin

En efecto, independientemente de la escuela de la que se trate, cualquiera puede observar como el desconcierto, la desorientación y –fundamentalmente- la “desconfianza recíproca” en relación con los criterios de cuidado, formación y educación de los niños y los jóvenes, aparecen como sensaciones que atraviesan el cotidiano escolar, abrumando de manera generalizada a todos los adultos que por allí transitan o las habitan: padres y maestros.
Esta circunstancia no transcurre sin consecuencias sobre los escolares en pleno proceso de constitución de su subjetividad. Sus aprendizajes y sus modos de estar en la escuela se ven seriamente afectados por el malestar emergente de esta falta de
“confianza mutua” y de acuerdos mínimos y fundamentales que sabemos se requieren establecer “a priori” entre los adultos a su cargo. Pensemos por un momento: ¿Cómo se siente un niño cuyos padres lo dejan durante gran cantidad de horas por día y desde muy temprana edad en manos de adultos que no les resultan confiables para su cuidado, ni lo suficientemente preparados como para educarlos?
¿Cómo puede un adolescente respetar a sus profesores si desde niño escucha a sus padres cuestionar las observaciones, los comentarios, los modos de proceder, de enseñar o incluso las evaluaciones de sus maestros?
¿Cómo afecta el vínculo docente-alumno y los procesos de enseñanza que de éste dependen, los sentimientos de “temor” o de “disgusto” que muchos maestros y profesores ponen de manifiesto ante las posibles reacciones negativas de los padres?
Las denuncias de los padres del jardín Tribilín
Reflexionar acerca de los “efectos” emergentes de este “clima de malestar generalizado” que parece imperar hoy en las escuelas, considerando los alcances e implicancias que sobre las infancias y las adolescencias esta dejando como impronta la crítica situación por la que atraviesan las relaciones familia escuela en la actualidad -inscripta ésta, a su vez, en una época de profundos y vertiginosos cambios socio culturales- nos convoca a revisar y con premura los acuerdos fundamentales que debemos y necesitamos sostener entre los adultos para poder acompañar y educar de la mejor manera posible a las nuevas generaciones.
Al respecto, se hace necesario considerar a modo de ejemplo que los hechos de público conocimiento sucedidos en estos últimos tiempos en un “supuesto” Jardín de Infantes de San Isidro de nombre TRIBILÏN no parecen contribuir en nada a la
tarea de re-tejer la red intersubjetiva que -como sociedad adulta- precisamos reparar urgentemente para poder sostener, cuidar y educar a nuestros chicos como se merecen, luego que ésta quedara profundamente fragmentada como consecuencia de
años dictadura que se continuaron luego –ya en democracia- con la implementación de políticas de fuerte corte neoliberal que impactaron en la región y en nuestro país durante los 90
De este modo, la insistencia con la que ciertos medios -fogoneados por el “mercado de la inseguridad” que en estos casos aprovecha para vender cámaras y micrófonos para colocar en los útiles escolares de los chicos de modo de poder “controlar” desde
afuera lo que ocurre en el interior de las escuelas- parece contribuir a exacerbar los niveles de conflictividad ya pre-existentes al disparar en muchas familias un incremento de ansiedades y fantasías de fuerte tinte paranoide que profundiza la desconfianza
respecto de lo que esperan de las escuelas, contribuyendo así a incrementar los niveles de malestar en los docentes a partir de lo cual la tarea de educativa se torna cada vez mas complicada y los niños, los principales afectados. Mientras, los únicos parecen beneficiarse, como siempre, son quienes se dedican a vender dispositivos de todo tipo que prometen seguridad a cambio de control.
En este sentido, resulta oportuno considerar que -ante situaciones poco habituales (por suerte) como las que venía ocurriendo en un “comercio camuflado ilegalmente de escuela de nivel inicial” – el uso recortado que puede hacerse de la información que
se brinda a través de medios masivos de comunicación, lo único que logra producir y reproducir es “miedo”, “sentimientos de culpa” por dejar a los chicos en los jardines y aumento de la “desconfianza” de las familias hacia las escuelas en general.
Con esto la red social que se precisa para sostener, contener, cuidar, criar y educar a los chicos se pone en riesgo. Justo en estos tiempos en que los niños están escolarizados desde muy temprana edad y gran cantidad de horas por día a raíz de los
cambios sociales, que -entre otras cuestiones- vinieron de la mano de la incursión de las mujeres en el mundo laboral, y de novedosas configuraciones familiares.
Entonces:
- Los padres: “No confían en la escuela, pero igual dejan al hijo muchas horas por día a su cuidado”.
- Desde las escuelas, el malestar y el temor de los docentes a las acciones de los padres contra ellos, los torna extremadamente cuidadosos: mejor dicho “a la defensiva”. Por temas como el de la “responsabilidad civil”, “los juicios por mala praxis”, etc. se toman “tantos recaudos” que se termina descuidando afectivamente a los chicos.
Evidentemente, la “desconfianza” y el “miedo” tiñendo el vínculo entre docentes y padres, de ninguna manera es saludable para los chicos. Por algo ese refrán africano que dice: “Para criar a un niño hace falta una aldea”.
Publicado en www.foruminfancias.org.ar