Sonia Kleiman*
“Yo hablo del arribante absoluto que ni siquiera es huésped. Este sorprende lo suficiente al
anfitrión que todavía no es un anfitrión. O una potencia invitante, como para poner en cuestión, hasta aniquilarlos o indeterminarlos, todos los signos distintivos de una identidad previa, empezando por la frontera misma que delimitaba un ‘en casa’, las naciones, las familias y las genealogías”.
Jacques Derrida, 1998
Psicoanálisis APdeBA - Vol. XXVI - Nº 3 - 2004
Como psicoanalistas somos convocados en numerosas ocasiones, también por otras disciplinas, a transmitir nuestras ideas respecto del vínculo entre padres e hijos. Diferentes discursos abordan el tema de la familia: el biológico, el legal, el religioso y dan cuenta de lo instituido, acerca de cómo ocupar los lugares en las relaciones de parentesco y cómo ejercer las funciones adscriptas a ellos.
¿Cuál es la óptica de un psicoanalista vincular respecto del vínculo parento-filial? ¿Qué le da especificidad a su perspectiva, qué lo diferencia de otros discursos, de otros modos de enfocar la clínica?
El concepto Hospitalidad (Jacques Derrida, 1997), que enuncia el título de la exposición, aborda el tema de la intersubjetividad, que a mi entender enriquece a la teoría vincular.
El discurso psicoanalítico enunció hipótesis explicativas acerca de cómo se instituye el psiquismo humano, el mundo interno de un sujeto.
Lo pulsional, la vivencia de indefensión y los consecuentes estados de dependencia, las vicisitudes del vínculo temprano, el entramado edípico, la determinación fundante de experiencias infantiles con los llamados objetos parentales, dan cuenta de la creación de un mundo representacional, de un espacio psíquico, de la interioridad del sujeto.
Como psicoanalistas nos educamos con esta teoría, enriquecida por desarrollos múltiples. Desde hace unos cuantos años, un grupo de psicoanalistas, entre ellos Isidoro Berenstein y Janine Puget, plantean un conjunto de hipótesis acerca de lo vincular que producen, no sólo una ampliación de los conceptos enunciados, sino también la creación de nuevas formulaciones. Estas ideas no siempre son articulables con lo enunciado por el psicoanálisis con relación a la construcción del psiquismo.
La clínica con familias, deja expuesto a un analista vincular que, subjetivado en una determinada época, por las teorías con las que se formó, por su análisis personal, experimenta algunas inconsistencias. Estas se refieren especialmente a que en sus intervenciones, predomina la misma teoría de referencia que para el abordaje del paciente desde su mundo interno. Cuando se escuchan interpretaciones acerca del vínculo familiar, éstas tienen una fuerte reminiscencia a una intervención formulada a un paciente individual dicha en plural.
Por otra parte en las sesiones familiares, es usual encontrar enunciaciones reguladoras, a veces hasta admonitorias del ejercicio de las funciones parentales. Muchos colegas comentan como tema reiterado, la dificultad de los padres sobre cómo “poner límites” y una demanda literal a que el analista se ocupe de esta cuestión.
Las derivaciones a las terapias de familia, especialmente si hay niños y adolescentes, generalmente están precedidas por una descripción detallada de las supuestas fallas parentales, como causalidad casi asegurada de la patología de los hijos. Estos a su vez son presentados como el hijo-niño pasivo, que no tiene otra salida que ser soporte de los síntomas de sus padres
El psicoanálisis surge en un contexto filosófico y científico en el que la representación, y la repetición, tienen fuerte pregnancia a nivel conceptual. En el siglo actual las enunciaciones científicas y filosóficas aportan líneas de pensamiento como la dinámica no lineal, el caos determinista y los sistemas complejos, el acontecimiento, el azar, la incertidumbre, la verosimilitud. Dice IgnacioLO PARENTO-FILIAL EN PERSPECTIVA DE HOSPITALIDAD
Lewkowicz: “... para poder pensar un acontecimiento hay que separarlo de cualquier connotación de espectacularidad. Un acontecimiento tiene una cualidad casi imperceptible. Y en principio, para pensar una situación que se produzca como efecto de un acontecimiento, necesitamos situar el acontecimiento como una interrupción, una anomalía o una heterogeneidad respecto de un orden estructural. En un orden de regularidades cualquiera, hay una serie de determinaciones. Hay una serie de factores causales o determinantes que desde el pasado van desplegando los fenómenos; esta lógica de las determinaciones preexistentes supone que todo lo que ocurre es el despliegue de lo que estaba plegado, el desarrollo de lo que estaba enrollado. Es decir que lo que ocurrirá en la situación ulterior estaba contenido en germen en la anterior. El acontecimiento es la puesta en acto de lo que no estuvo en potencia. Entonces, así como un suceso se define por su mero sucederse dentro de una serie, por no agregar una cualidad sino por desplegar lo que estaba plegado, un acontecimiento se define a la inversa como la introducción de una cualidad heterogénea. ¿Dónde acontece un acontecimiento? Diríamos que en ningún lugar: el acontecimiento va a generar el lugar en que acontece...”. Conceptos que necesariamente generarán cambios, también en
las teorías que enfocan el psiquismo.
El interrogante es si la comprensión y el abordaje vincular pueden seguir sosteniendo como hipótesis teóricas, las mismas enunciaciones metapsicológicas que se enunciaron para el paciente individual y éstas ser aplicadas a las configuraciones vinculares. Si bien las prácticas pueden ser pensadas y abordadas desde la aplicación de una teoría ya instituida, la novedad del campo de aplicación requiere de términos que nominen específicamente a ese campo, como sucedió cuando desde el psicoanálisis de adultos, devino la práctica de análisis de niños.
Retomo entonces a ese analista en la clínica familiar, moviéndose ya con menos referentes teóricos que con los que contaba para abordar al paciente individual, entre las nuevas teorías y las nuevas tecnologías, con una familia paciente a cuya sesión concurren padres, madres, hijos de distintas configuraciones. Las metamorfosis familiares a las que alude el título del Primer Congreso Internacional Psicoanalítico de Familia y Pareja, Francia, mayo 2004. Sería interesante preguntarnos si lo que está sucediendo en el ámbito de las nuevas modalidades vinculares familiares, sólo es un cambio de formas o una si-SONIA KLEIMAN
tuación mucho más compleja. Quizás estemos asistiendo a un agotamiento del dispositivo, tal como fue construido en determinada época y se esté produciendo esa cualidad heterogénea, acontecimental,
que dé cuenta de un otro discurso acerca de las condiciones de producción de la subjetividad, hasta ahora fuertemente ligadas a la Institución familia.
...“Habitamos estas moradas –el cuerpo, la familia, la nación–
como naturalmente propias sin advertir que lo ‘naturalmente propio’ responde a un trazado arbitrario de prácticas simbólicas siempre expuestas a modificaciones epocales. Damos por hecho que exista la institución familia, los padres, los hijos. Los hermanos. ¿Será que el hecho cultural por excelencia se ha transformado no sólo en lo legitimado por el discurso consensuado sino en lo natural que habitamos?” (María Alejandra Tortorelli).
Lo socio-cultural no es la escenografía de la vida de las personas, sino aquello que hace que esas personas, sean sujetos de esa época con sus lógicas y contextos de significación.
Actualmente atravesamos por una crisis generalizada de las instituciones como espacios de encierro al decir de Foucault. Las sociedades de control están sustituyendo a las sociedades disciplinarias. La empresa ha sustituido a la fábrica y el marketing es el nuevo y distinto modo de control social. El hombre ya no es el hombre encerrado sino el hombre endeudado. El ciudadano, fundamentalmente un consumidor.
Si la familia como institución, fue aquella sobre la que recaía el peso central de instituir subjetividad, habrá que investigar cuáles son las lógicas imperantes en el presente y en consecuencia cuáles
son los dispositivos de subjetivación. Actualmente diversas teorías se refieren a la intersubjetividad,
pero sus perspectivas son distintas.
Desde uno de esos vértices, la teoría psicoanalítica de los vínculos que enuncia el grupo de colegas al que referí al comienzo, comenzó a ocuparse del otro, otro sujeto, no sólo efecto de la proyección, o planteado como relación de objeto.
“El otro que es otro de mí pero de quien recibo noticia de que soy otro para él. O sea que somos dos otros que en tanto tal inaugura un Dos aunque defensivamente podamos considerarnos como Uno y Uno. Ocurre que las producciones psíquicas de ese Dos son distintas a las del Uno. Una de ellas es el efecto de presencia. Desde ya que estamos en otro campo que el de la ausencia, allí donde prima el objeto o en, otro modelo de pensamiento, la representación que requiere de la falta del otro. Cuando el objeto es proyectado en el otro, éste se convierte en lo que se llama objeto externo y es diferente de otro. Ocurre que el otro excede lo proyectado en él y es esa excedencia lo que se da a conocer como presencia que informa
de esa ajenidad. Presencia se diferencia de exterioridad y no es percepción sino una compleja tarea de juicio que llamé juicio de presencia para diferenciar del juicio de existencia y de atribución,
como los presenta Freud en La negación. En ese juicio debe constatar que no figura en la interioridad del sujeto, que ese otro no se deja convertir en ausencia y en tanto ajenidad no puede inscribirse
como objeto. Pero con todo habría dos presencias: aquella que viene como reactualización de una ausencia y la presencia propiamente dicha que no remite a una inscripción previa. De ésta viene
que el otro pone un límite a la apropiación identificatoria...” (Isidoro Berenstein, 2001).
Lo intersubjetivo se aleja así de la lógica identitaria. Es decir se aparta de la conceptualización de lo que sería una relación, en la cual habría dos entidades perfectamente definidas que interactúan.
“Desde el sujeto individual como matriz, el otro era una otredad internalizada; es decir, un ‘otro por sí mismo’; desde lo vincular, el otro no habrá de ser colonizado por la economía de la representación. En la re-presentación el otro desaparece como otro. ‘Uno mismo’ no es, ‘uno mismo’ adviene (otro) con otro.” (María Alejandra Tortorelli)
En referencia a los vínculos familiares, desde una lectura no identitaria, desde la complejidad intersubjetiva, ya no se es madre, padre, hijo en sí mismo. “Las cosas sólo empiezan a vivir por el medio”, afirma Deleuze.
Cuando encaramos el tema de la familia, nos enfrentamos a un desafío interesante, nos exige trabajar con los conceptos enunciados y ya avalados en la comunidad científica; con lo institucional de la familia como configuración legitimada por el contexto socio cultural; con las transformaciones que se están produciendo en el ámbito de las nuevas configuraciones.
El discurso de la intersubjetividad en cuanto a lo familiar, se diferencia del discurso biológico, del discurso legal y de lo simbólico de la investidura, ya que toma otras variables para su comprensión.
Para el psicoanálisis vincular, el discurso familiar implicaría señalar tres posibles modalidades, “... I) la más cercana a lo biológico, II) la más cercana a la posición en el parentesco donde se establecen lugares para cada uno... con el legado transgeneracional; y III) padres e hijos haciendo, produciendo un vínculo” (Isidoro Berenstein, 2001).
En una sesión en la que hay un clima de tensión y agresiones constantes, un padre le dice al hijo: “no podés insultar, pegar de esa manera a tu madre, porque es tu madre”.
¿Es el hecho de la ubicación nominal, de la investidura simbólica que implica ocupar un lugar de parentesco, aquello que hay que invocar para que no haya insulto? Por otra parte intentar anular el insulto desde una normativa, es hacer caso omiso al hecho de que hay insulto y por lo tanto sería necesario pensar cómo se produce.
Aquí entonces aludir al parentesco, al respeto por la maternidad (significación por consenso), es encubridor del hecho violento producido vincularmente, al que habría que encontrarle un sentido.
La representación social madre, a la que remite el padre: “Una madre no debe ser insultada”, elude la presencia actual de esa madre, de ese hijo y de él (padre), produciendo un clima de tensión y maltrato. “... la violencia da una consistencia momentánea a un vínculo, anula su complejidad y el inquietante factor de ajenidad inherente a cualquier situación humana. La violencia produce dolor, malestar desplazando la inquietud y perplejidad inherente a la incertidumbre. La violencia concretiza el malestar. Pero en la medida en la que el sujeto humano necesita pensarse sobre bases de certezas y la ilusión que constituye vínculos sólidos, ello deja poco lugar a lo imprevisible y a lo que debido a la potencialidad vincular va sucediendo en cada momento. No es fácil vivir en la incertidumbre. Para hacerla menos inquietante se la recubre de certezas, opiniones, hábitat estables, relaciones a los que se imagina sólidas a veces a cualquier precio” (Janine Puget, 2002).
Una cualidad particular de la intersubjetividad se relaciona con aquello imprevisible, el entre dos implica la tramitación de ese ir siendo sujeto, devenir haciendo el vínculo.
El hacer el vínculo, alude a producción, producción y repetición interjuegan.
Pensar en el discurso familiar, específicamente lo parento-filial desde el concepto de hospitalidad, permite generar un modelo de pensamiento en referencia a este vínculo, cuyas variables sean otras que el desvalimiento y la necesidad de asistencia, las cuestiones de género y la continuidad narcisista.
El vínculo padres-hijos es presentado como lo paradigmático de lo que usualmente se llama hospitalidad. Un anfitrión ( padres) que recibe, acoge, inviste, desea, y un huésped, hijo, que es esperado, acogido, cobijado.
En esta idea, hay sujetos ya constituidos que reciben a otro por constituirse. Este es un planteo con un sentido progresivo, un origen y una meta a alcanzar. El acento está puesto en el niño que irá modificándose, completando un desarrollo tanto madurativo como psicológico.
Hasta aquí las condiciones planteadas como necesarias para la construcción del psiquismo.
Pero si encaramos este tema desde los vínculos familiares en el devenir padres e hijos, desde el “hacer el vínculo”, podríamos acercarnos al planteo de Derrida (1997): ...“la hospitalidad no pertenece originalmente ni al anfitrión, ni al invitado, sino al gesto mediante el cual se dan la acogida.” “Es ese movimiento de invitación.”
El desamparo, concepto que fue transformándose en hegemónico dentro del psicoanálisis como punto de origen del vínculo temprano, ya no se referiría sólo a la necesidad de asistencia de un bebé huésped inmaduro y desprovisto, sería también la confrontación con el desamparo que los envuelve a los habitantes de ese vínculo, en el encuentro frente a lo desconocido, incierto y sin precedentes.
En este sentido no hay solo un desamparado y un amparador. La hospitalidad, es ese gesto de invitación que implica ser huésped y anfitrión al mismo tiempo, es decir en simultáneo. Entonces ya no se trata sólo de la historia, de los padres esperando, nominando, fantaseando con el hijo que van a tener. El hecho hospitalario se produce en lo impredecible, en los efectos de presencia, a diferencia de lo ya representado en la fantasía. Una madre dice en la sesión con ansiedad: “Me desconozco, hago cosas con mi hijo que jamás hubiera pensado que haría”, e inmediatamente agrega: “Yo que siempre pensé que iba a ser distinta a mi madre”. Frente a su sorpresa, es decir aquello que deviene en el encuentro con ese otro, hijo, esa otra, ella madre, el remitirse a algo ya conocido en perspectiva de identificación, es un intento de evitar lo inquietante de lo inédito.
Tomar el modelo de la Hospitalidad, para hacerlo trabajar con relación al vinculo parento-filial, implica abrir un campo allí, donde parecía que se jugaba lo enunciado por el psicoanálisis como el origen psíquico primordial. Origen que se desprende de un comienzo biológico. Lo vincular propone la existencia de múltiples orígenes, en cuanto a que cada vínculo significativo produce marcas nuevas, inscripciones
que no existían previamente a dicho vínculo.
Una de las cuestiones fundamentales que plantea la parentalidadfiliación es el problema de la alteridad y de la ajenidad. En el vínculo, “algo del otro se resiste, no se puede incorporar y aun en lo semejante y lo diferente una parte no puede inscribirse como propia, permanece no conocida: es lo ‘ajeno’ y es inherente a la presencia del otro. No se deja transformar en ausencia y no se puede simbolizar. La ajenidad (‘alienness’, ‘ce qui est étranger de l’autre’) caracteriza fuertemente al otro y a su presencia. En una relación significativa es todo registro del otro que el sujeto no logra inscribir como propio...” (I. Berenstein, 2001) y del cual hay deseo de apropiarse.
Puede haber encuentro entre un potencial anfitrión y un potencial huésped, pero el encuentro no es garantía de hospitalidad. Los padres, adultos desde lo evolutivo, serán nuevamente subjetivados en el acto de la hospitalidad. Ya que la simultaneidad de este origen crea una nueva inscripción. Un plus, una suplementariedad.
El énfasis en el vínculo de hospitalidad, está en el hecho de lo arribante y no es sólo el niño que llega sino que lo arribante propone una alteración radical en el conjunto. “.... ésta es la hospitalidad misma, la hospitalidad para con el acontecimiento–. (...) Lo que podríamos denominar el arribante, es
esto, éste que al llegar, no pasa un umbral que separaría dos lugares identificables, el propio y el ajeno, el lugar propio de uno y el lugar propio de otro (...) Dejar venir al otro sin preguntarle quién es, dejar venir al otro sin decir “yo soy”, es un dejar venir no representable. El arribante como acontecimiento no sólo anuncia lo ajeno de sí sino, simultáneamente, lo ajeno de ‘mí’ que sólo-adviene-con-otro” (Jacques Derrida, 1998).
La preparación que se realiza previa a la llegada del hijo, aunque necesaria, puede ocupar la función de amortiguar la experiencia sorpresiva de lo arribante.
Una anécdota. Es usual en Argentina tener preparada antes del nacimiento del bebé (varón), la camiseta de fútbol del equipo al que el padre alienta, expectativa interesante a la hora de la pertenencia, pero es usual también ver a veces la cara de desolación frente al sexo inesperado del hijo, o bien cuando éste elige más
adelante, alentar a otro equipo.
A veces es tan intensa la necesidad de amortiguar lo nuevo, que no hay arribo, hay sólo nacimiento.
Lo familiar, sostenido por lo taxativo de la formulación “sangre de tu sangre” pone a trabajar incansablemente las nociones de lo propio y lo ajeno.
“La ‘hospitalidad del cuerpo’ y de la familia, habla de una auténtica paradoja: la de constituir lo propio dando acogida simultánea a lo ajeno. Un lugar ya apropiado de antemano no es habitable”. (María Alejandra Tortorelli)